LÁMPARAS DE HALURO METÁLICO

Las lámparas de haluro metálico, también denominadas lámparas de halurógenos metálicos, lámparas de aditivos metálicos o lámparas de mercurio halogenado, son lámparas de descarga de alta presión cuyo funcionamiento consiste en el uso de mercurio, argón o xenón y distintos haluros metálicos (yoduros o bromuros) para producir luz a partir de la corriente eléctrica


Estas lámparas están conformadas por un tubo de cristal de cuarzo en cuyo interior se encuentran tanto una mezcla de los gases anteriormente mencionados como unos electrodos de tungsteno (también conocido como wolframio). Este tubo, a su vez, junto con los alambres y soportes metálicos que le sirven de sostén, se encuentra embebido en el interior de un bulbo de vidrio, que permite manipular la lámpara con mayor facilidad, evitando riesgos producida por las altas temperaturas dentro del tubo de cuarzo. Además, la capa interna del bulbo de vidrio suele estar revestida por un filtro que convierte la luz ultravioleta causada por el mercurio en luz visible.


 


Por tanto, el funcionamiento de estas lámparas es muy similar al de las lámparas de vapor de mercurio, produciéndose una incandescencia de los electrodos y la ionización del argón (o xenón) en cuanto se aplija cierto voltaje al sistema. El calor generado causa la vaporización del mercurio y de los haluros metálicos, produciéndose entonces luz a medida que la temperatura aumenta. El mercurio produce en su mayor parte luz ultravioleta que es convertida a luz visible gracias al filtro situado en la capa interna del bulbo de vidrio, mientras que los haluros metálicos son los que otorgan el color y la tonalidad característica a la luz, variando éstas en función de la combinación de bromuros y yoduros que se encuentren en el tubo de cristal de cuarzo. Al igual que las luminarias fluorescentes y las lámparas de vapor de mercurio, para su correcto funcionamento es necesario un balasto eléctrico, con el cual se regula la cantidad de voltaje y el flujo eléctrico de los electrodos.


Las primeras de este tipo de lámparas fueron creadas y comercializadas en la década de 1960 para sustitutir a las lámparas de vapor de mercurio, en gran parte gracias a lograr con ellas una reproducción de colores muchísimo menos limitada. Originalmente se empleaba normalmente para instalaciones industriales, pero en la actualidad son muy comunes en otros tipos de espacios amplios, como calles, plazas y gasolineras, y sobre todo, en los que es necesaria una mejor reproducción de colores, como lo son los estudios de televisión y los estadios deportivos.